La planta cervecera [Anecdotario de un ingeniero civil #33]

Continuamos con la XXXIII entrega del anecdotario del ingeniero Francisco Garza Mercado.

Una gran cervecería se construyó, allá por los 1970, según el proyecto de uno de mis mejores y más estimados clientes de la época, empresa de diseño y construcción, que me proporcionó mucho trabajo importante al principio de mi carrera como diseñador estructural independiente.

En este proyecto a mí me encargaron los edificios menores: oficinas, comedor, baños-vestidores y corredor de visitantes. Los principales y más grandes: bodegas, sala de cocimiento, salas frías y silos, fueron contratados a un acreditado ingeniero de la ciudad, asociado para el efecto con un doctor en ingeniería.

Había mucho por hacer y no parecía que escaseara el efectivo. Los edificios eran variados, hermosos y algunos verdaderamente excepcionales. Todo fue perfecto y presagiaba un trabajo importante y productivo para todos, y, efectivamente así fue,

hasta que sobrevino el accidente.

 …

Era tarde y cerraba mi oficina cuando me telefoneó el jefe de presupuestos de este cliente. Acababan de llamarlo de la obra diciéndole que, cuando trataban de descimbrar la cubierta de las bodegas, la estructura se bajaba. Sentían que se estaban estirando los tensores y abriéndose las columnas. Él sabía que ese diseño no era mío, pero me hablaba porque ya se habían retirado todos los que conocían el proyecto, y no localizaba tampoco al diseñador estructural.

La cubierta de las bodegas era de cascarones hiperboloides cuadrados, tipo ―pañuelo‖, apoyados en cuatro columnas esquineras y con tensores (cables de presfuerzo) en sus cuatro lados. El edificio tendría unos 20 de estos recuadros, de unos 20 x 20 m cada uno.

El cálculo tenía un buen grado de dificultad, pero la carga en los tensores, que aparentemente eran los del problema, podía calcularse aproximadamente con una fórmula simple: T = WL/8f.

Le pregunté algunos datos, tal como el espesor del cascarón y la flecha ―f‖ del borde, con lo que pude rápidamente calcular la sección del tensor. Resultó que se necesitaba un tensor en cada lado, de la sección que él dijo se mostraba en el plano tipo. Le aseguré entonces que no se preocupara y que nos veríamos al día siguiente.

Después de eso me fui a un cine; pero no me podía concentrar. Me había traído el problema en la mente y me repetía, involuntaria y constantemente, los cálculos que poco antes había hecho. De repente me di cuenta de que, si se necesitaba un tensor en cada lado, entonces, en los ejes intermedios, donde colindaban dos recuadros, se necesitaban dos, no uno.
Según esto, faltaba un cable en cada eje intermedio y eso era grave; los tensores estarían trabajando al doble de su capacidad, rebasando el factor de seguridad, con peligro de colapso y hasta de pérdida de vidas.

Entonces el preocupado fui yo, pues nadie mas sabía en ese momento del peligro y esto podría traer consecuencias fatales. Era urgente hablar con mi cliente y con el contratista de la construcción, para alertarlos, pero ya no encontré a nadie.

El jefe del proyecto ya había salido y solo pude dejarle el recado de que se comunicara conmigo en cuanto llegara, sin importar la hora. Fue una noche de inquietud, en la que me sentía muy angustiado, por un problema que realmente no era mío.

Muy temprano al día siguiente nos reunimos los interesados en una junta con el cliente. Cuando hablé de mi descubrimiento, se pidió telefónicamente al contratista de la construcción no retirar la cimbra hasta nuevo aviso. Habíamos llegado a tiempo.

El diseñador estructural no podía intervenir en el asunto y yo fui designado como picher tapón. Me encargaron la revisión del cálculo y los planos.

Encontré todo correcto, excepto que ratifiqué la falta de un cable en cada eje intermedio. El ingeniero había calculado correctamente y un dibujante del propio cliente, había realizado correctamente el dibujo de un cascarón tipo, mostrando un cable en cada lado, pero nadie se había dado cuenta de que en los ejes intermedios, donde colindaban dos cascarones, se necesitaban dos.

La solución teórica era tan era simple como agregar en la obra los cables faltantes. En la práctica esto no era tan sencillo, pues había que mantener la obra falsa, fabricar los cables, taladrar las robustas columnas existentes, colocar los anclajes y tensar los cables, después de lo cual podía, por fin, descimbrarse con seguridad.

Por suerte todo se solucionó bien; nada se derrumbó ni tuvo que demolerse.

Tengo entendido que mi cliente fue sancionado con el pago de las rentas extraordinarias de la obra falsa y la diferencia entre lo que hubieran costado los cables si se hubieran colocado al principio y lo que costó ponerlos al final. Creo que, al final, le había salido barato.

Pero los problemas no terminaron aquí.

Ya con desconfianza y con el temor natural que sigue a una situación de probable desastre, en otro edificio, el de salas frías, los supervisores de la cervecería detectaron asentamientos de las zapatas.

Aunque no me agradaba mucho, tuve que proseguir como relevista en este nuevo problema. Encontré aquí también que los cálculos eran aceptables, de acuerdo a las capacidades de carga dados por el especialista en suelos, pero había razones para que no nos creyeran:

El ingeniero de suelos respondió que ―las capacidades dadas eran a la profundidad de 1.20m *bajo el terreno natural. Pero en la obra se habían hecho rellenos hasta de 2.00 m8 para dar niveles de pisos; en el plano de cimentaciones la profundidad se indicaba constante de 1.20* m bajo el nivel del firme, por lo cual las zapatas habían quedado muy arriba del nivel de desplante especificado, en una zona de mucho menor capacidad de carga y, en algunos casos, sobre verdaderos basureros.

Con esto, el laboratorio esquivó toda responsabilidad, descargándola en mi cliente, precisamente en un edificio en que él era el responsable de ambas actividades, ingeniería y construcción. No tenía para donde hacerse.

Propuse entonces varias soluciones: ampliar zapatas, inyectar concreto debajo de las cimentaciones existentes, etc., pero, ya con plena desconfianza, nada parecía satisfacer a la cervecería. Todo lo que proponía era sujeto a discusión y a la obligada presentación de opciones, soportes de cálculo y costos comparativos, que al final eran generalmente rechazados.
En algún momento pidieron, inclusive, demoler y reconstruir el edificio por cuenta de mi cliente, lo que no era bueno para nadie. La solución se veía lejana. Yo me sentía, sin realmente merecerlo, como en una verdadera pesadilla.

Sin embargo, al final todo quedó resuelto, utilizando buena voluntad y aportando los medios económicos y de ingeniería para resolverlo; el edificio se recimentó totalmente y está en operación desde entonces sin más problemas.

Todo esto, que resultó muy doloroso y muy costoso para mi cliente fue, paradójicamente, por dos causas casi triviales: una raya faltante (en el dibujo los cascarones) y una cota (la profundidad de desplante de las zapatas) mal referenciada.

El resultado también fue terrible para el diseñador estructural, que decepcionado y abatido por las consecuencias de los errores, a su parecer no del todo suyos, abandonó para siempre el diseño estructural y se dedicó a otras cosas. Creo que al final salió ganando.

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Ingeniero Civil, que comparte información relacionado a esta profesión y temas Geek. "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo"

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