Continuamos con la novena entrega del anecdotario del ingeniero Francisco Garza Mercado.
Me habló un cliente, al que habían invitado al concurso de construcción de una bodega de poco más de 10,000 m².
Como preparación para la nueva construcción debían demolerse 40 viejos cascarones hiperboloide-parabólicos, que cubrían un área de 260 m2 cada uno. Cada cascarón, de los llamados ―de sombrilla‖, era un rectángulo de 13 x 20 m, apoyado en una sola columna central.
Ordenados en 4 grupos de 10 cascarones, estaban inclinados en forma de dientes de sierra para dar iluminación superior del norte. Estaban unidos unos con otros con pequeños castillos de concreto enmarcando las ventanas.
Aunque la parte principal y más costosa era la obra nueva, la demolición era una partida importante del costo y podía ser la que decidiera el concurso. Era necesario tener para la demolición el menor costo posible. Esta era la razón de su llamada.
Quería que le hiciera un diseño económico de la obra falsa para efectuar la demolición con seguridad, una especie de cimbra que diera apoyo a los materiales de la demolición (proceso inverso al de la construcción), para enseguida bajar los escombros al piso y retirarlos de la obra. Este proceso era costoso; alrededor de 100 mil dólares.
Años atrás, un grupo contiguo, contemporáneo de estos mismos cascarones, se había derrumbado debido a la corrosión de uno de sus bordes. Recodando esto recomendé que, en lugar de cimbrar, demoler, bajar y quebrar los escombros, simplemente se cortara con mazo y soplete uno de los bordes de un cascarón lateral. La gravedad, gratuitamente, se haría cargo de la demolición.
A mi cliente le fue muy bien. Ganó el concurso, recuperó mucha varilla y pudo recoger los escombros con facilidad, casi sin costo alguno:
Al cortar el primer borde se destruyó la estabilidad del cascarón y se vino abajo arrastrando al suelo, por efecto dominó, a todos los demás.