El balance neto actual medio urbano – medio rural está desequilibrado pues la ciudad puede construir su complejidad gracias a inducir el desorden en el medio rural. Como no puede haber sostenibilidad global sin que exista sostenibilidad local, se hace necesario dar pautas estratégicas que permitan sustituir las actuales prácticas de depredación ciudad-campo por otras basadas en la complementariedad.
Con respecto a la población y sus asentamientos, la globalización de los transportes y las comunicaciones a lo largo del siglo XX y definitivamente en la actualidad, ha ido disolviendo las barreras espaciales y mentales que separaban los núcleos urbanos de sus entornos circundantes, arrabales, industriales, agrícolas, ganaderos, rurales y naturales.
Se asiste a una distribución territorial en red donde los grandes núcleos, complejos y compactos, se conectan íntimamente con otros de menor entidad más o menos cercanos y discretos, o irremediablemente difusos y dispersos, en un único medio ambiente urbano.
La Estrategia de Medio Ambiente Urbano tiene por objetivo establecer las directrices que han de conducir a los pueblos y ciudades de España hacia escenarios más sostenibles, en la era de la información. Pretende, también, modificar la actual estrategia para competir entre territorios, basada en el consumo de recursos, por otra fundamentada en la información y el conocimiento. La Estrategia de Medio Ambiente Urbano cuenta entre sus objetivos, además, mejorar la calidad urbana de pueblos y ciudades y la calidad de vida de su ciudadanía.
Este medio ambiente urbano también posee una identidad múltiple, compleja y contradictoria, cuyo hilo sirve de entramado a esa malla nodulada donde se desarrollan los modelos, siempre esencialmente insostenibles, que lo caracterizan, desde las urbes milenarias hasta las villas de labor o recreo, desde las megalópolis hasta los caseríos dispersos, las aldeas perdidas en la montaña, las viviendas de segunda residencia y finalmente las llamadas urbanizaciones, que se extienden por cualquier tipo de terreno, de manera aparentemente incontrolada.
La característica que une todos los modelos, desde el más denso, clásico y mediterráneo, hasta el más difuso, especulativo y oportunista, es su conexión a las infraestructuras y, en nuestros países “desarrollados según el modelo vigente de capitalismo cultural”, su adscripción a un considerable nivel de vida.
La movilidad, asistida principalmente por todo tipo de viales favorecedores del tráfico rodado: calles, carreteras, autovías, autopistas, etc., se acompaña del suministro de los servicios básicos, mayoritariamente hasta la puerta: abastecimiento, saneamiento, recogida de residuos, electricidad, gas, telefonía, etc. El factor limitante ahora es el tiempo más que el espacio.
Mientras que la accesibilidad a otros servicios y bienes sí que se ha de contemplar en un gradiente, calificando discriminadamente el tipo de urbanización, según la asistencia sanitaria, la educación, el comercio, el ocio, etc., estén a menos de 15 minutos andando o de 300 metros de distancia, nos encontramos en un modelo urbano de signo compacto y si hay que emplear medios de transporte para cualquier actividad, estaremos en el modelo difuso y disperso, o bien utilizando irracionalmente el anterior.
En América Latina coexisten todos los modelos, desde las grandes ciudades que acogen al 60% de la población en casi un 20% del territorio, hasta los barrios y urbanizaciones de reciente planta, que acogen al 40% de la ciudadanía, extendiéndose por casi el 60% del territorio, si admitimos, al menos, un 20% de medio ambiente natural.