Quizás la mejor manera de definir este término es fijarnos en sus dos palabras constituyentes: corredor (“way”) que implica movimiento de un punto a otro, tanto de personas, animales, semillas, agua, etc.; y verde (“green”) que hace alusión a zonas con elevada vegetación. Un trasfondo muy importante que subyace en la palabra corredor es la fascinación humana por seguir un camino, una ruta o incluso un argumento. Pero más importante es quizás su segundo componente que permite acercar la naturaleza a la sociedad.
Podemos distinguir tres etapas o generaciones en la emergencia y evolución de los corredores verdes como una forma de paisaje urbano. Bulevares y alamedas fueron la primera generación de corredores verdes (1700-1960). A continuación les siguieron senderos orientados al ocio y recreo con acceso a ríos, arroyos, canales, etc., frecuentemente libres de tráfico rodado (1960-1985). Por último nos encontramos con los corredores verdes de tercera generación, en los que la sostenibilidad reúne aspectos tan dispares como el disfrute, la conservación de la naturaleza, desarrollo urbano y belleza paisajística (1985-2008).
Los corredores verdes son componentes de la escena urbana utilizados por la sociedad para recreo y disfrute. Las vivencias asociadas y la percepción adquirida de estos peculiares paisajes se pueden descomponer en seis dimensiones: limpieza, naturalidad, estética, seguridad, acceso y desarrollo. Algunas de las cuales se pueden encontrar en las ideas del Romanticismo del siglo XVIII y filósofos como Thoreau y practicadas por arquitectos del paisaje como Olmsted.
La limpieza en nuestra zona de estudio es una dimensión a tener en cuenta ya que se ha convertido con el paso de los años en un lugar residual y marginal, donde únicamente los perros encuentran acomodo y alivio. La naturalidad de la ribera es un recurso clave en el paisaje. Hoy en día la vegetación y fauna natural es percibida positivamente por la sociedad, la interacción con este paisaje mejora la salud y bienestar físico y mental. Este fenómeno es especialmente importante en el centro de ciudades donde el acceso a la naturaleza se encuentra frecuentemente limitado, ya que existen pocas zonas verdes en la ciudad. Otra de las dimensiones humanas a tener en cuenta es la estética, la belleza al borde de estos paisajes puede proporcionar paz y tranquilidad, contrastando con la matriz urbana circundante y actuando como una fuente de inspiración. En nuestro caso debemos potenciar la belleza del lugar ya que en estos momentos la ribera se encuentra en un estado de degradación y oscuridad bastante elevadas.
Existen tres características que se pueden distinguir en estos proyectos: la estética y naturalidad resultante, y la integridad ecológica, definida como la calidad ecomorfológica del corredor. Se ha visto que las preferencias estéticas están positivamente relacionadas como la integridad ecológica, y que estas preferencias están influenciadas principalmente por la naturalidad del trazo. Por tanto, pequeños esfuerzos de restauración o mejora son valorados positivamente por el público, debido al aumento asociado de belleza y naturalidad de estos sistemas. Este hecho nos alienta a llevar a cabo una rehabilitación de corredores existentes.