Luego de unas cortas vacaciones seguimos con la VIII entrega del anecdotario del ingeniero Francisco Garza Mercado.
Hace poco más de 40 años, me tocó hacer la ingeniería estructural de una fábrica de vidrio completa en el centro del país, contratado por una firma de arquitectura y construcción.
Doce años después, la misma fábrica me pidió revisar los diseños estructurales de una nueva planta de cristal flotado, que haría un bufete muy importante de ingeniería.
Mi encomienda era solamente la seguridad estructural, esto es, verificar que no hubiera errores de cálculo que pudieran poner en peligro las estructuras. Pero, por mi propia cuenta, hice además sugerencias para optimizar las estructuras y producir ahorros.
No viene al caso por ahora relatar como y porque se encontraron economías, pero sí conviene aclarar que como mis proposiciones modificaban proyectos ya entregados y la compañía diseñadora cobraba extras por hacer los cambios, no tuve problemas con ellos por esta causa. El diseñador ganaba más y mi cliente gastaría menos en la obra. Yo no tenía un beneficio económico directo, salvo, tal vez, el pago de algunas horas adicionales y el agradecimiento de la empresa.
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Al final, fue posible documentar que, debido a mis proposiciones, el costo de las estructuras en general se había reducido alrededor de un 15%, que no es poco, si se piensa en una planta industrial de 40,000 m2. Se me ocurrió entonces pedir por ello una bonificación al director del proyecto, cuyo monto dejaba a su criterio.
Me respondió que esto no era posible, pues en mi contrato no se establecía nada al respecto honorarios por ahorros y que, además, se vería muy mal, y hasta daría lugar a sospechar arreglos por debajo de la mesa, si aceptara otorgar la bonificación.
A pesar que la decisión no me era favorable, estuve de acuerdo con él. No hubo resentimientos, y me complace decir que, hasta la fecha, seguimos siendo muy buenos amigos.
Pero hubo un premio de consolación: me pidieron que revisara, ahora sí con el fin de encontrar ahorros y cobrar por ello, el gimnasio monumental del Grupo.
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Se trataba de un edificio relativamente grande, de aproximadamente 54 x 60 m. Una gran parte de la planta era de tres pisos: sótano de servicios; planta principal, donde se localizaba el gimnasio propiamente dicho, y mezanine para práctica de las artes marciales. El resto era un pórtico de altura variable: un hermoso atrio cubierto por un techo inclinado, para eventos exteriores, cuyo uso específico no recuerdo.
Por razones arquitectónicas, la cubierta era un marco de 54 m de claro, con una parte casi horizontal (el techo del gimnasio) y la otra inclinada (el atrio). La estructura principal era una armadura tridimensional, conocida con el nombre de triodética, construida a base de tubos – forzosamente – de importación, requeridos por las necesidades de diseño, de cédulas no producidas en México.
La cubierta propiamente dicha era de losas prefabricadas de concreto. La losa del entrepiso y el mezanine eran reticulares (wafles) de concreto, con claros de 7.50 x 7.50 m. El sótano se formaba con muros de contención perimetrales, que obviamente impedían la luz y ventilación, que debían proporcionarse artificialmente.
Para incrementar su majestuosidad, las columnas intermedias no subían hasta la cubierta; al contrario, la pared, a base de vidrio, se colgaba de ella. Eran tiempos de bonanza; el costo no parecería tener mayor importancia.
Las negociaciones llegaron hasta el punto de discutir y redactar mi contrato EV, en el que yo me comprometía a hacer la revisión y proponer soluciones económicas, sin costo para ellos, pero que, de aprobarse y ejecutarse, me serían pagadas con el 25% del ahorro. Desgraciadamente el trabajo no llegó a realizarse porque una repentina crisis económica nacional paró las inversiones en seco.
Ocho años más tarde, un asociado mío fue invitado por el Club para un concurso de ingeniería estructural de varios edificios nuevos: oficinas generales, baños-vestidores y un pequeño gimnasio, el cual se localizaría bajo las gradas del estadio de usos múltiples existente. Mi asociado me pidió acompañarlo para ver si le podía ayudar en el proyecto. El gerente técnico de Club nos platicó el alcance y nos enteró de los requisitos del concurso.
Vi colgado en su oficina un mural del antiguo proyecto del Gimnasio Monumental que había conocido años antes. Le pregunté por qué no se había construido y me contestó que su costo era muy elevado, en este tiempo, de alrededor de un millón de dólares, cantidad de que el Club no disponía.
De hecho, los nuevos edificios vendrían a sustituir funciones que anteriormente se localizaban dentro del gimnasio monumental, exceptuando, tal vez, las canchas a cubierto, que tendrían que construirse en otro lugar en un próximo futuro.
Le platiqué lo que había sucedido ocho años antes y se mostró muy interesado. Se revivió lo de la revisión EV y llegamos, ahora sí, a firmar un contrato en el que por mi cuenta yo le proporcionaría ideas y proyectos para reducir costos y el Club me pagaría el 25% del ahorro.
Como el proyecto tenía ya una decena de años, y se había interrumpido prematuramente, como preliminar a la firma de contrato acordamos una revisión de seguridad, solo para comprobar que no había errores en la ingeniería original que metieran ruido al contrato. Me pagaron por ello el equivalente a lo que en aquel tiempo cobraba yo por hacer un plano estructural. Mi conclusión fue la de que no había encontrado errores, después de lo cual procedimos con la firma del contrato EV.
Mis propuestas para generar ahorros fueron las siguientes:
1. En lugar de prefabricados de concreto en la cubierta (con peso de 400 kg/m2 incluyendo peso propio, impermeabilización y carga viva), usar lámina metálica aislada e impermeabilizada (con carga total de menos de 80 kg/m2.) Había poca diferencia en el precio de las respectivas cubiertas, pero si una gran diferencia en el peso, que afectaban muy favorablemente el costo de la estructura soportante.
Estimaba un ahrro proporcional del orden del 60% en el costo de la estructura de la cubierta, solo por este concepto.
2. Sustituir la fachada intermedia colgada del marco, por otra con columnas apoyando la cubierta. De nuevo no se apreciaba diferencia
3. en el costo de las fachadas, pero el efecto en la cubierta superior era muy prometedor. En lugar de un solo claro de 54 m se tendrían dos: de 36 y 18 m, respectivamente. Los momentos flexionantes y los costos son sensiblemente proporcionales a los cuadrados de los claros y a los coeficientes de momentos; los nuevos momentos serían del orden de (362/542)*(8/10) = 0.36 de los originales.
Esto permitía estimar ahorros de alrededor del 64% en la estructura de la cubierta, uno de los generadores de costos más importante, por este segundo concepto, aparte del que ya se tenía por la reducción de la carga.
4. En lugar de construir un muro de contención alrededor del sótano, propuse que se dejará una especie de calle excavada en el perímetro, el foso de cocodrilos de los castillos medievales, viendo hacia la cual se podrían construir muros con ventanas, permitiendo la entrada natural de luz y aire hacia el interior del sótano, con reducción en el costo del alumbrado y ventilación artificiales.
Esta proposición fue producto de la observación de la excavación existente (hecha 10 o 12 años atrás, cuando se pensaba que la construcción del edificio era factible) cuyos cortes permanecían aun verticales y en su lugar, a pesar de haber transcurrido tanto tiempo. Un muro de contención formal no era necesario.
5. Hice algunas otras proposiciones, acerca de columnas de concreto en donde había columnas metálicas, y otro tipo de losas más económicas. No todas fueron aceptadas.
El gerente del proyecto tal vez no esperaba gran cosa de mi intervención, que por principio de cuentas no le costaba, ni que esto tuviera mayores consecuencias. Se sorprendió muchísimo, sin embargo, al saber que el ahorro llegó a medio millón de dólares, o sea el 50% del presupuesto original. Pero la mayor sorpresa fue la de que, si se seguía adelante con la obra, tendría que pagarme, según el contrato, 125 mil dólares.
Eso sí que no lo tenía previsto.
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El proyecto efectivamente tuvo tanto éxito que se olvidaron de los edificios para los que se había sido convocado a concurso y empezaron un nuevo proyecto del gimnasio, muy similar al original.
De éste, inclusive, pidieron la ingeniería estructural a mi asociado, cosa que, de acuerdo al contrato EV, tenían toda la libertad de hacer. El contrato decía que a mí me pagarían por los ahorros, no por el trabajo, y, por lo tanto podían hacer el nuevo proyecto con quien ellos quisieran.
Obviamente, cuando se inició la construcción, conociendo el presupuesto original y el nuevo, y el monto de los ahorros, intenté pasar mi factura. El Club se había ahorrado medio millón de dólares y yo reclamaba mi 25%.
Era evidente que habían utilizado todas mis ideas pero, argumentando que se trataba de un diseño diferente, y diciendo que el anterior, revisado por mí, no se había consumado, se negaron a pagar.
Pensando que una disputa legal no me llevaría a ningún lado, dado la gran diferencia de recursos entre una empresa reconocida como una de las más ricas e importantes del País y mi modesto despacho de ingeniería, preferí escribir una carta al director general del grupo. Le decía lo que había pasado, los alcances del contrato, los resultados de mi trabajo, y la final negación de la recompensa estipulada, porque, según ellos era otro edificio; pero era evidente que: se llamaba igual, estaba en el mismo lugar, era para lo mismo y con los mismos tamaños, excepto porque eliminaron el atrio exterior.
En pocas palabras: era la misma gata, nada más que revolcada. Yo percibía muy clara la intención de modificar el proyecto arquitectónico solo para no pagar mi contrato; machetazo al caballo de espadas. Era un EV aplicado a mi EV.
El secretario del director me mandó una carta muy atenta. Se acongojaba por mis penas, pero me aclaraba que los gerentes de proyectos, por políticas del grupo, no estaban facultados para hacer negociaciones de esta naturaleza y que, por lo tanto, no podía responder por ellos.
Me quedaba la alternativa de demandar al propio gerente del proyecto para tratar de cobrarme en lo particular, con su casa y su automóvil, pero no era esa ni mi intención ni mi naturaleza.
Escribí una segunda carta en la que les decía que me desistía. Además les agradecía las atenciones que me habían dispensado y el haberme dado trabajo, a través de las empresas del grupo, durante unos 20 años, y no volví a reclamar nada.
Tal vez no tenga nada que ver con lo anterior, pero algunas semanas después supe que el gerente del proyecto del Club ya no trabajaba con ellos.
Poco tiempo después otra empresa del mismo grupo me concedió el contrato de ingeniería y arquitectura de una planta de vidrio, similar a la que algunos años atrás les había revisado, dejándome cobrar por esto dos tantos de lo que poco antes había reclamado.
Comments (2)
Ludvik Vilem Arias Villanueva - 31 julio, 2014
Siempre habrán situaciones que se escapen de nuestras manos, pero somos nosotros quienes decidimos la forma de actuar frente a ellos, y siempre obtendremos grandes recompensas si actuamos con paciencia y pasión por nuestro trabajo, fue una grata historia.
Mihdi - 1 agosto, 2014
Que bajón! Debería haber cierta protección del ingeniero que se encarga de hacer la EV, porque que sentido tiene hacer una EV si al final de cuentas pueden robarse las ideas que salen de esa EV y hacer un proyecto «nuevo», dejando perjudicado al ingeniero que estuvo dedicando su tiempo y mente para hacer esa EV. No sé, algún contrato firmado que proteja el ingeniero de tales acciones.